domingo, 25 de julio de 2010

Maldita complacencia

México ya no es el país de los burritos, los tacos y los frijoles. México ha dejado de ser la nación de las playas paradisíacas de Cancún, de los resorts de lujo del Yucatán, y de la comida picante. Ahora México es el país de la droga y el crimen o lo que es lo mismo, el narcotráfico. Nadie sabe exactamente quién manda en México.

Uno de sus males, del que nadie tiene culpa, es su posición geoestratégica. Limita al norte con los Estados Unidos de América; al este con el mar Caribe; al sureste con Belice y Guatemala, y al oeste con el océano Pacífico. Es la condición de vecino de Estados Unidos la que más mal le ha hecho históricamente a México. Desde el otro lado del río Bravo se ve al estado latino como el patio trasero norteamericano. Todo lo que la ley norteamericana no permite a los ciudadanos estadounidenses, se lleva a cabo en México. Si por algo se ha hecho famosa Tijuana, no es precisamente por su reputación de ciudad puritana y tranquila. La droga, la fiesta y el sexo a buen precio han atraído siempre a gran número de clientes gringos, lo que constituyó en su día una de las principales fuentes de ingresos de las zonas fronterizas. Municipios como Tijuana y Ciudad Juárez han vivido durante décadas a expensas de los americanos, aprovechándose de su localización geográfica. Sin embargo, las cosas han cambiado, ahora estar en la frontera no es sinónimo de negocio y éxito, más bien de desdicha y terror.

El narcotráfico se apoderó de México como la oscuridad hace con la luz en la estación invernal. Los políticos tenían en sus manos parar, o al menos frenar, el exponencial ritmo de crecimiento que llevaban estos grupos delictivos. No lo hicieron. Seguramente porque era el camino más sencillo, aquel en el que no encontrarían complicaciones, en el que no se jugarían la vida, en el que no perderían su poder y sus posesiones, en definitiva, el camino fácil. Actuando egoístamente aplicaron la máxima económica del laissez faire al mundo de la droga, sin pensar por un momento en las consecuencias. Las autoridades, haciendo un flaco favor al pueblo mexicano, se convirtieron en cómplices de los narcos y a la vez en su propio enemigo. Estaban, inconscientemente, a punto de llevar a cabo un suicido colectivo. Años de complacencia y dejadez han tenido consecuencias más que pésimas en la sociedad mexicana, sobretodo en los más jóvenes, que se han acostumbrado al crimen como el niño se acostumbra al pan con chocolate para merendar. Tan grave es la situación que el 40 % de los jóvenes de Ciudad Juárez ni estudia ni trabaja. Es tal la mitificación del narcotráfico y la asimilación de esto como algo normal, que la mayoría de niños sueña con ser un famoso narcotraficante. Puede parecer surrealista pero no lo es. Tantos años de crimen y muertes han hecho tambalear los cimientos sociales de México, sobretodo de los estados fronterizos del norte. A nadie le extraña ya oír tiroteos en plena calle, ver cadáveres quemándose encima de contenedores de basura o ver un coche de policía cosido a balazos con los agentes en su interior. El crimen es, desde hace tiempo, el pan de cada día en México.



Si los políticos no hicieron nada por cambiar la situación, tampoco lo iban a hacer sus pupilos. Las fuerzas de seguridad estatales eran casi más corruptas que los propios políticos. En Tijuana se comprobó que 9 de cada 10 policías estaban comprados por el narcotráfico. Incluso el presidente del país, Felipe Calderón, admitió que más de la mitad de los policías “no eran recomendables”. Con ese panorama era imposible que mejoraran las cosas.

A pesar del desalentador panorama, la situación dio un vuelco de 180 grados. Los políticos, mejor dicho, el presidente, decidió cambiar el rumbo de la política que se estaba llevando contra el narcotráfico. Pasó del francés Laisser faire al anglosajón Stop. ¿Por qué lo hizo ahora y no antes? Simplemente porque la situación era inaguantable y el país se acercaba cada día más al precipicio. La bola de nieve se había hecho tan grande, que estaba a punto de arrollarlos a todos, incluso a la privilegiada clase política. Fue entonces, cuando los demócratas vieron en peligro sus poderes y sus propias vidas cuando reaccionaron. Desde entonces (hace de eso un año y dos meses) México vive su guerra particular. Nadie ha dicho que sea un camino fácil, pero ¿desde cuándo fue mejor el camino sencillo que el complicado? La diferencia entre una u otra senda no se distingue más que en el final. Por la vía fácil, el narcotráfico manda, por la otra, gobierna el pueblo. ¿Qué hay en medio? Muertos, muchos muertos. Más de siete mil van ya desde que se comenzara a combatir, con ganas y sin miedo, contra los carteles.
La lucha de México parece insuficiente ante la magnitud que han tomado los grupos que controlan el tráfico de drogas en el norte del país, por eso una alianza con Estados Unidos es clave para que la empresa llegue a buen puerto. De hecho el pasado 25 de Abril se detuvieron a más de 750 personas, relacionadas con el narcotráfico mexicano. En dicha operación participaron agentes del FBI entre otros servicios de inteligencia norteamericanos. La relación entre los dos países es clave para asestar al negocio de la droga el golpe de gracia definitivo, aunque el proceso será largo, duradero y, si nos atenemos al primer año de lucha, sanguinario.

A pesar de todo esto, la realidad de México se nos escapa. Nadie sabe nada del problema de la droga y el crimen. México sigue siendo la casa de las rancheras los mariachis y la cuna del tequila. Que alguien me explique como se puede gritar hoy en día ¡Viva México!

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