lunes, 2 de abril de 2012

"A sangre fría"

Truman Capote

Había oído hablar muy bien del libro y la verdad es que no me ha decepcionado. La novela no es más que un informe policial perfecto y con todo lujo de detalles salpicado con algunas gotas de literatura y con una estructura que le da intriga e intensidad a la narración. Los diálogos que intercala Capote sirven para darle fluidez y autenticidad a la obra. “A sangre fría” es la novela policíaca perfecta. Que la obra esté basada en hechos reales es un plus para la novela.

En la página de agradecimientos Capote da las gracias a todos los testimonios y protagonistas que le ayudaron con su información privilegiada, sus testimonios y su hospitalidad, a redactar el libro. Me extrañó en un principio que no los nombrara uno a uno, puesto que pensaba que no serían muchos los colaboradores, pero estaba equivocado. La cantidad de testimonios es espectacular. Capote habla con cualquier persona que pudiera tener algún tipo de relación con los afectados (tanto con los Clutter como con Dick y Perry). La documentación es brutal, tanto a nivel de testimonios como de archivos (Capote incluye en la narración cartas de la familia de Perry a éste, ficha policial, etc.). Todas y cada una de las personas que testifican en el libro tienen nombre y apellidos como mínimo (desde el insignificante profesor de la escuela de Garden City hasta un trabajador de una gasolinera). Normalmente las describe físicamente y explica retales de su vida, su trabajo y su relación con los afectados (asesinos y asesinados). La documentación es digna del mejor de los trabajos periodísticos. Muestra de ello es todo lo que Capote llegó a saber sobre los Clutter, cuando jamás dialogó directamente con ellos. Desde los nombres de los hoteles en los que se hospedaron los homicidas hasta la famosa ‘root beer’, la bebida favorita de Perry. Capote lo sabe absolutamente todo sobre Perry y Dick y también sobre los Clutter. La localización geográfica que hace en todo momento de la huída de los asesinos es encomiable y también sus actividades durante los viajes.

En los agradecimientos Capote explica que “todos los materiales de este libro no derivan de mis propias observaciones, han sido tomadas de archivos oficiales o son resultado de entrevistas con personas directamente afectadas”. Me sorprende que todo lo que sale en la novela sea verdad puesto que la cantidad de información y documentación es brutal. Nunca había leído nada tan (supuestamente) bien documentado. A pesar de ello, si no es verdad, el autor logra dotar al libro de un carácter de credibilidad que hace que el lector ‘trague’ todo lo que le eche en la obra.

La capacidad de Capote de conocer el pensamiento de Dick y Perry y de cómo, en secreto, ambos pensaban eliminarse mutuamente, es sospechosa. Supongo que trataría bastante con los asesinos para que le hicieran este tipo de confidencias. O eso o los asesinos tenían ganas de ahogar sus penas con alguna persona que estuviera dispuesta a escuchar. También resulta curioso que Capote explique los sueños, no ya solo de Perry (con su famoso ángel) sino también las pesadillas del Sheriff Dewey.

Es ese toque subjetivo y personal, el que hace que la descripción de los asesinos tengo un toque humano. Capote nos cuenta la difícil vida que ha tenido que llevar Perry (su madre era una bebedora empedernida, sus maltratos en el orfelinato, etc.) y eso nos acerca un poco al posicionamiento del asesino. Intenta humanizarlo y lo consigue, pero no nos deja olvidar que es el máximo culpable de sus actos. Capote intenta expresar ambos puntos de vista, el pensamiento de los asesinos por un lado y el de la sociedad de Kansas por otro, y eso no hace más que enriquecer las perspectivas del lector, si bien a base de crear algún tipo de simpatía con los asesinos. Capote no pretendía establecer un juicio de valor sino mostrar las dos caras de la moneda, lo que le da, a mi parecer, un valor periodístico excelente.

Otro aspecto que me sorprendió fue el tufillo conservador y puritano que desprendían aquellas tierras del centro de los Estados Unidos en la década de los cincuenta. Capote nos explica detalles que hoy nos parecerían prehistóricos (como que el señor Clutter no permitiera a su hija casarse con Rupp porque no pertenecía a su misma iglesia (metodista) sino a una iglesia católica). El comportamiento del señor Clutter también es, cuanto menos, sorprendentemente puritano. “Nunca había probado el alcohol y tendía a evitar el trato con quienes lo consumían, una circunstancia que no restringía tanto su círculo de amistades como podría pensarse, ya que el núcleo de ese círculo estaba constituido por los integrantes de la Primera Iglesia Metodista de Garden City”. Me choca que en los EEUU de 1950, la panacea del desarrollo mundial y del progreso, existieran y estuvieran tan arraigadas estas corrientes de pensamiento tan conservadoras.

El contexto racista está presente en la obra, sobre todo con los comentarios de los asesinos “No podría engañar ni a un tonto negro recién nacido” dice Perry cuando Dick trata de entregar cheques falsos. Más tarde dirá “Pues claro que lo maté. Sólo que…un negro no es lo mismo”.

Me choca también la ridiculización que hace Capote de uno de los testimonios, Alfred Stoecklein, un trabajador de los Clutter. Cuando Stoecklein presta declaración Capote transcribe sus palabras con faltas de ortografía, marcando la manera de hablar del protagonista, como mostrando al lector que no tiene mucha cultura o unos estudios básicos. No sé si Capote tenía segundas intenciones con esta pequeña humillación.

La novela adquiere un tinte cínico con algunas de las aportaciones documentales de Capote. El escritor nos explica que Perry prefiere los chicles con aroma a frutas mientras que los favoritos de Dick eran los de aroma de menta. Estos detalles insustanciales rozan un poco el absurdo, pero ilustran a la perfección la capacidad de documentarse de Capote.

No me queda ninguna duda de que la relación que Capote tenía con el Sheriff Dewey y con el resto de las autoridades policiales era excelente, puesto que, de otra forma, es muy difícil explicar cómo podría haber estado presente durante los interrogatorios. No hay duda de que estuvo in situ en el lugar puesto que transcribe categóricamente conversaciones enteras entre los policías y los homicidas.

La documentación por parte de Capote incluye otros casos reales de homicidas condenados a morir como la del joven estudiante Lowell Lee Andrews o los soldados George Donald York y James Douglas. El estudio de las penitenciarías también formó parte del proceso de documentación del libro, como muestran las visitas del escritor a las cárceles donde estuvieron los homicidas, como la de Leavenworth. Las leyes tampoco logran escapar de Capote, que nos explica con precisión las diferencias entre la ley M’Naughten “que no reconoce forma alguna de enfermedad mental cuando el acusado es capaz de distinguir entre el bien y el mal” y la ley Durham “según la cuál un acusado no es criminalmente responsable de su acto contra la ley, si es producto de enfermedad o defecto mental”. También explica los métodos de matar que predominan en diferentes estados (Florida, Illinois y Tennessee - silla eléctrica, Colorado - cámara de gas, Kansas - horca, etc.).

Desde un punto de vista más anecdótico me sorprende que en EEUU utilizaran el polígrafo o la ‘máquina de la verdad’ como método para verificar el testimonio de un acusado. Posteriormente se demostró que el polígrafo no tiene validez científica.

La lentitud del proceso de condena a muerte también es sorpresiva. Ya por aquel entonces la justicia era un proceso extremadamente lento y tortuoso.

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