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Otro método, que en mi caso se demostró menos efectivo, era el que empleaba el profesor de catalán. Nos obligaba a memorizar las biografías de los autores que, tras el examen, no tenían ningún tipo de utilidad. Es cierto que en algún momento de mi corta historia supe la vida, obra y milagros de autores como Víctor Català, Josep Carner, Joan Salvat-Papasseit o Salvador Espriu. No obstante, cuando pasaba la fatídica fecha del control, mi cerebro hacía borrón y cuenta nueva.
Mi aprendizaje literario finalizó el pasado año en la facultad, cuando cursé historia de la literatura. Nunca podré estar más de acuerdo con una de las afirmaciones del profesor. “Lo peor que puede hacer un profesor de literatura es obligar a leer”. La teoría la tenía bien interiorizada, pero la práctica era muy diferente. Me tocó leerme Combray, de Marcel Proust, sin rechistar. A día de hoy puedo afirmar que se trata de uno de los libros más aburridos y anodinos que he leído en mi vida.
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