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La utilidad del edificio queda en entredicho cada vez que viene un limpia cristales, encargado de la difícil tarea de dejar como nueva la fachada principal del museo. Nadie sabe qué aporta al MACBA tal cantidad de vidrio junta, pues no parece tener ninguna función concreta. Tampoco ayuda el color blanco de sus paneles a conservar impoluto el edificio. La utilidad del blanco reside en deslumbrar al visitante cuando el reflejo del sol se posa en las placas blanquecinas.
Tampoco se sabe exactamente el porqué de las formas del museo. No acierto a comprender porque es necesario alternar cubículos y rectángulos con cilindros. No le encuentro sentido al pasillo interior, al túnel que nos muestra las entrañas del museo. Para qué un túnel si a diez metros tienes un lugar por donde pasar.
Y qué me dicen de esa especie de rejas que hay colocadas de manera perpendicular a los cristales. ¿No les recuerda a las barras por las que deslizan su bandeja en un restaurante de Self-Service?
Ni él ni en él. Las cosas no tienen sentido en el MACBA. ¿Por qué? Quizá porque el arte sea eso, en un continuo derroche de sinsentidos, al menos, el arte moderno claro…
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